El Gran Partido de Fútbol de la Selva
En lo más profundo de la selva tropical, donde las hojas gigantes formaban techos naturales y las enredaderas colgaban como puentes entre árboles, se respiraba una energía especial. Ese día no era como los demás. Era el día del evento más esperado del año: el Gran Partido de Fútbol de la Selva.
Todos los animales, grandes y pequeños, se reunían para presenciar un enfrentamiento que iba mucho más allá del marcador. Era una celebración de amistad, trabajo en equipo y pasión por el juego.
El equipo del norte, liderado por Nico la mulita, estaba formado por:
Nico, capitán. rápido, decidido, con un corazón noble. Se enrolla como bola para moverse más rápido.
Beto el mono, travieso, veloz y acrobático. Especialista en jugadas aéreas.
Tina la tortuga, la estratega del equipo. Lenta pero muy inteligente.
Rina la rinoceronte, defensa poderosa, firme y protectora.
Paco el pájaro carpintero, el más rápido del aire, con una puntería precisa.
El equipo del sur, liderado por Leo el león, estaba formado por:
Leo, fuerte, líder nato, juega con pasión y valentía.
Renata la lagartija, escurridiza y veloz, se desliza entre los oponentes.
Hugo el hipopótamo, fuerza imparable en el medio campo.
Sara la serpiente, sigilosa y técnica, aparece cuando nadie la espera.
Fito el flamenco, elegante, con tiros largos y movimientos gráciles.
Los animales espectadores se acomodaban en los árboles, en los troncos, sobre piedras o colgando de ramas. Los loros hacían de comentaristas desde lo alto.
Cuando el sol estuvo justo sobre el claro, el árbitro —un viejo tapir con silbato de bambú— dio la orden de comenzar.
El balón, hecho de fibras trenzadas y recubierto de resina de árbol, giraba sobre el pasto mientras los equipos comenzaban a desplegar su juego.
En los primeros minutos, hubo marcajes intensos. Rina bloqueaba cada avance de Hugo, mientras Paco sobrevolaba como un dron vigilante.
Hasta que sucedió la jugada que dejó a todos sin aliento…
Beto el mono intentaba una pared con Paco, pero Sara la serpiente se adelantó, robó el balón con un giro elegante y lo pasó hacia Leo.
Leo lo recibió con firmeza. Se detuvo un segundo, levantó la cabeza y escaneó el campo. Todos sus compañeros estaban marcados. Sin opciones de pase, respiró profundo.
—Es mi turno…—murmuró.
Leo avanzó con potencia, el suelo temblaba bajo sus zancadas. Beto el mono, decidido a frenarlo, se tiró en barrida de cabeza, buscando interceptar la pelota.
Pero Leo, en un giro espectacular, dio una vuelta completa en el aire, cayendo más adelante, rugió tan fuerte que muchos animales temblaron y comenzó a correr.
—¡Ohhhhhhh!—gritaron todos los animales.
Leo, sintiendo la energía de la selva, soltó un rugido profundo y poderoso, que resonó como un tambor. Corrió con más fuerza hacia el arco. Pero ahí estaba Nico la mulita.
Nico, decidido, se enrolló como una bola y rodó a toda velocidad hacia Leo, rebotando en el suelo con fuerza. Leo quiso saltarlo, pero Nico rebotó de nuevo y le sacó el balón con una intercepción perfecta.
En ese instante, Nico se desenrolló, clavó sus garras en la tierra y comenzó a correr hacia el otro lado, dejando atrás al león, que lo miraba con respeto y sorpresa.
Nico recorrió medio campo esquivando a Renata y Hugo, hasta que vio a Beto haciendo señas desde la derecha. Le pasó el balón con un efecto que lo hizo girar justo por encima de Sara la serpiente.
Beto corrió, saltó sobre una raíz y al ver que Fito venía a marcarlo, saltó en el aire con una vuelta completa y remató con una chilena. El balón cruzó en cámara lenta, rozó una hoja que caía del cielo y se coló por la esquina del arco.
—¡Golazo! —gritaron los loros, y los monos se colgaban emocionados de las lianas.
1 a 1, el partido estaba empatado y la emoción crecía.
En medio del segundo tiempo, Paco el pájaro carpintero intentó bloquear un pase alto volando a toda velocidad. Chocó contra una rama que no vio por mirar el balón y cayó en picada.
Todos se quedaron en silencio. Nico corrió a su lado.
—¡Paco! ¿Estás bien? —preguntó angustiado.
Paco se había lastimado un ala. No podía continuar. El árbitro concedió tiempo fuera.
Leo, viendo la escena, se acercó a Nico y dijo:
—¿Por qué no jugamos juntos el resto del partido? Lo importante es que todos nos divirtamos y aprendamos unos de otros.
Nico asintió. El público aplaudió.
Con los equipos mezclados, Leo y Beto pasaban entre sí, y Tina guiaba las jugadas desde el centro. Fito el flamenco recibió un pase largo, hizo tres giros en el aire y bajó el balón con su largo cuello.
Frente al arco, hizo un paso de baile grácil, se impulsó con una sola pata y remató con efecto cruzado.
El balón giró como un remolino entre las patas de Rina y entró rozando el palo.
—¡Gol artístico! —gritó el loro comentarista.
En los últimos minutos, Nico tomó el balón en defensa. Lo pasó a Tina, que se lo dio a Sara. Ella a Hugo, luego a Rina, a Leo, a Renata, a Fito…
Cada jugador tocó el balón con un toque único. Cuando llegó a Nico, él se lo dio a Beto, quien saltó con su clásica pirueta, pero en lugar de rematar, lo pasó atrás.
Leo estaba ahí. Miró al arco. No tiró fuerte, tiró con el corazón. El balón entró con suavidad.
Los animales corrieron al campo. No hubo ganadores ni perdedores. Todos celebraron como un solo equipo.
El tapir árbitro levantó su silbato y declaró:
—¡Este fue el mejor partido de la historia de la selva!
Y desde aquel día, el Gran Partido se convirtió en el Día de la Amistad Deportiva.
Enseñanza final:
Nico y sus amigos nos enseñan que en el fútbol, como en la vida, la verdadera victoria está en compartir, aprender y divertirse juntos. Los mejores goles no se cuentan con números, sino con sonrisas en el alma.
- 12/03/2025
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