Lara la Princesa y el Tesoro de la Amistad
En un reino lejano, rodeado de montañas nevadas, verdes valles y ríos de agua cristalina, vivía una joven princesa llamada Lara. Era querida por todos por su corazón generoso, su sonrisa sincera y su deseo constante de ayudar. Aunque vivía rodeada de lujos en el gran castillo de piedra blanca, Lara valoraba más la compañía de las personas que las riquezas
A menudo paseaba por el pueblo, charlando con los campesinos, ayudando en la huerta o leyendo cuentos a los niños. Su mejor amiga era una niña llamada Luna, hija de una costurera del pueblo. Se conocían desde pequeñas, y aunque provenían de mundos distintos, su amistad era inquebrantable.
Un día, durante la celebración del Festival del Amanecer, el rey —padre de Lara— se dirigió a la multitud desde el balcón real.
—¡Habitantes del reino! —proclamó con voz solemne—. Ha llegado el momento de un nuevo desafío. Quien encuentre el Tesoro de la Amistad, recibirá un gran premio y el honor de ser recordado en los anales de nuestra historia.
La multitud murmuró con emoción. El Tesoro de la Amistad era una antigua leyenda. Se decía que estaba escondido en lo más profundo del Bosque Encantado, un lugar que cambiaba de forma y solo se dejaba recorrer por aquellos de corazón puro.
Lara miró a Luna con decisión.
—No necesito ningún premio —dijo—. Pero si este tesoro puede enseñarnos algo sobre el verdadero valor de la amistad, entonces debemos ir.
Así comenzó su travesía. Empacaron provisiones, montaron al fiel caballo Blanco, y partieron al amanecer hacia el borde del bosque.
El primer día, el bosque parecía encantador: flores brillantes, pájaros cantores, árboles que susurraban como si contaran secretos. Sin embargo, pronto se encontraron con su primer desafío. Un anciano leñador estaba sentado junto al río, preocupado. Su hacha se le había caído al agua y no podía trabajar.
—Sin mi hacha no puedo cortar leña para mi familia —dijo apenado.
Luna dudó: el río era profundo y caudaloso. Pero Lara ya se había quitado las botas.
—La amistad es acción —dijo, sonriendo—. No podemos dejarlo así.
Entró al agua helada y, tras varios intentos, logró recuperar el hacha. El leñador, con lágrimas en los ojos, les dio una pista:
—¿Buscan el Tesoro de la Amistad?… entonces recuerden esto: “Quien solo piensa en sí, se pierde en la niebla. Quien piensa en los demás, siempre encuentra el camino.”
Días después, más adentro del bosque, encontraron una manada de animales atrapados en una red: ciervos, conejos y aves. Lara y Luna pasaron horas liberándolos con cuidado. Cuando terminaron, los animales, agradecidos, les mostraron un sendero oculto entre zarzas, que los condujo a un rincón aún más profundo del bosque, donde la luz del sol apenas entraba.
Pero allí empezó la verdadera prueba.
Una espesa niebla mágica descendió, cubriendo todo. No se veían a más de un metro de distancia. El caballo relinchó nervioso y, en un descuido, Luna se separó de Lara. El silencio del bosque fue reemplazado por un murmullo extraño, como si miles de voces susurraran cosas distintas.
—¡Luna! —gritó Lara— ¡¿Dónde estás?!
Pasaron horas. Lara buscó, corrió, cayó, se levantó. Los matorrales parecían moverse solos. El bosque cambiaba. Había perdido el rumbo, y por primera vez sintió miedo. Se arrodilló y respiró profundo.
—Esto no es un laberinto… —se dijo—. Es una prueba. No debo tener miedo.
Entonces vio una luz lejana: una pequeña cabaña hecha de ramas y hojas. Al entrar, encontró a una mujer anciana sentada frente al fuego.
—He visto a tu amiga —dijo con voz pausada—, pero no puedo ayudarte a encontrarla… a menos que renuncies a tu búsqueda del tesoro.
Lara dudó por un instante. Luego, con firmeza, respondió:
—La verdadera amistad es el tesoro. Si debo elegir entre el cofre o mi amiga, elijo a Luna. Siempre.
La anciana sonrió, y en ese instante, toda la niebla desapareció. Afuera, en un claro iluminado por la luna, Luna la esperaba, con lágrimas en los ojos.
—¡Creí que te había perdido! —exclamó Lara, abrazándola.
En ese momento, la anciana apareció nuevamente, transformada ahora en una figura brillante, vestida con ropajes de luz.
—Soy el espíritu del bosque —anunció—. Han superado la prueba más difícil: elegir al otro antes que a uno mismo.
En el centro del claro, surgió un pequeño cofre dorado, rodeado de flores que solo florecen con la luz de la verdad. Al abrirlo, dentro había un pergamino que decía:
“El Tesoro de la Amistad no es oro ni joyas. Es aquello que une corazones, que perdona errores, que resiste tormentas. No se puede guardar, solo compartir.”
Lara y Luna se miraron con una sonrisa. Regresaron al castillo, donde el rey y todo el pueblo las esperaban.
Al contar su historia, el rey se emocionó y, ante todos, dijo:
—Mi hija no solo encontró el tesoro. Nos recordó que la verdadera nobleza no está en la sangre, sino en el corazón.
Desde aquel día, el reino celebró cada año el Día de la Amistad Verdadera, en honor a Lara y Luna. Niños y adultos contaban su historia como ejemplo de que, en un mundo lleno de búsquedas, la amistad sigue siendo el mayor de todos los tesoros.
Enseñanza final:
La princesa Lara y su amiga Luna nos enseñan que el camino hacia lo valioso no siempre es fácil. En la niebla de la vida, donde se presentan miedos y decisiones difíciles, elegir el bien del otro, ofrecer ayuda sin esperar nada a cambio, y valorar las relaciones sinceras por sobre cualquier recompensa, es lo que nos lleva a encontrar los tesoros más importantes: los que no se ven, pero se sienten en el alma.
- 25/06/2025
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